viernes, 6 de mayo de 2022

AJO Y SALOBRE, de José María de Sagarra Castellarnau (1929)


Lectura 18/2022 (06-05-2022) 

Puntuación: 1/10 No lo recomendaría.

Autor: José María de Sagarra Castellarnau (España, 1894 - España, 1961)

Título: All i salobre

 Año: 1929 

Editado en 1976 por la Editorial Círculo de Amigos de la Historia, S.A. Editores, 245 páginas, ISBN 84-225-0048-5

Argumento: All i Salobre és el retrat de la vida dels pescadors de la Costa Brava d'abans que el turisme hi arribés. Sagarra ens acosta a la vida d'un racó de la Catalunya dels anys vint, concretament la del Port de la Selva, a partir de dos personatges, Marí, una modista, i Quimet, un seminarista mancat de vocació, ambdós tan primitius com correspon a la societat rural i aïllada en què viuen. A través d'ells, del tot mancats de qualitats morals, queda retratada la luxúria i l'avarícia de l'ambient i de l'època.

Mi opinión: Esta es una novela verdaderamente fea, corrosiva y deprimente. Jamás la recomendaría. La encontré por casualidad en una biblioteca, y la leí por mi interés personal en la narrativa del primer tercio del siglo XX. Pensé que esta novela catalana publicada en 1929 y traducida al castellano ese mismo año prometía una historia al menos entretenida o curiosa, que me permitiese acercarme a la vida cotidiana de un pueblecito de pescadores de la Costa Brava. Por algún motivo ingenuo llegué a alimentar la expectativa de que estaba descubriendo a un nuevo Vicente Blasco Ibáñez, y es que sin duda el autor era conocedor de las novelas del escritor valenciano, pero es eso y nada más. Un mal imitador, pensando mal, o un escritor sin talento, pensando bien. 

Desconocía a su autor, tal vez porque fue un aristócrata catalán que escribía en su lengua materna y que nunca llegó a triunfar como novelista, sino que es mucho más conocido en los círculos literarios catalanes como poeta. Y este es precisamente el problema de Ajo y salobre, su estilo recargado y cargante, del que me ocuparé más adelante. Antes quiero dejar claro que si esta novela sigue editándose hoy se debe al afán irracional de los defensores a ultranza de cualquier conjunto de letras mal hilvanadas, con pretensión de novela, solo por el hecho de haber sido concebidas en la lengua catalana. ¿Es toda la literatura en catalán buena por ser literatura o por ser catalana? No. Una cosa loable es valorar y salvaguardar la literatura catalana como concepto. Otra distinta es pretender que cualquier basurilla escrita en catalán deba ser, per se, elevada a los altares. Porque lo que para algunos eruditos es, cito textualmente, una crónica verídica escrita con un estilo vivo e impetuoso, como he leído en algún rincón, para mí es un despliegue innecesario de pedantería y lirismos que da alergia.

Vamos al estilo: ilegible. Literalmente, he hecho un gran esfuerzo para terminar la novela a pesar de su reducida extensión. Me ha ayudado el café y el hecho de intuir un final que yo, por pura maldad, deseaba confirmar, aunque no doy más detalles por respeto al lector que quiera atreverse con esta narración. Jamás he leído un texto similar: cada una, literalmente, de las líneas de esta novela, es un forzoso galimatías de expresiones hechas. ¿Cómo se puede escribir, y aún menos comprender, una narración que no solo abusa de las descripciones largas e inútiles, sino que las adorna con refranes constantes y expresiones populares, adagios, moralejas...? Una vez es graciosa, la segunda resulta curioso, la tercera cansa. Pues Ajo y salobre es un compendio enciclopédico de miles de dichos populares y frases hechas. Y así no se puede leer una novela, por Dios.

Otro gran defecto (y sigo en el estilo, todavía no doy caña al argumento) es el lirismo flotante, onírico, hipnótico, del autor. Con razón le concedo un sobresaliente como poeta, pues sin haber leído un solo poema de José María de Sagarra Castellarnau, intuyo que fue un poeta brillante e ingenioso. Pero Ajo y salobre es una novela de 245 páginas escrita por un poeta, no por un escritor de narrativa, ese es el problema. Las descripciones de las mujeres son todas iguales: se las compara con todo tipo de pescados, desde atunes hasta sardinas, y todas son gordas y huelen... a pescado. Los hombres, todos, tienen el bigote color crema o color natilla. Las paredes de las casas son de color excremento. Y todo el libro es así. Descripciones detallistas pero densas, plagadas de metáforas, hipérboles, comparaciones muy visuales, llamativas, chocantes y desconcertantes. Reconozco que el estilo de este autor es sumamente peculiar y tiene interés por ello, pero no es un estilo cómodo para una novela.

Sólo citaré un fragmento: "Algo temía Quimet la avaricia y el humor blandengue de su padre, porque con los hijos era agrio y vociferante y no escatimaba ni la bofetada ni el garrotazo, y aunque supiese latín y fuese percha para sotana, cuando llegaba la hora de recibir, Quimet era igual que los demás. No sentía por su madre ni una pizca de afecto. Las alharacas y mimoserías de la santa mujer le escocían como cantáridas. La familia era un estorbo de poca monta. Agua de borrajas que se esquivaba en un santiamén".

Hay en realidad pocas escenas, inexistente diálogo, muy poca acción en las páginas. Porque el autor se recrea en cada pensamiento, idea, sueño, reflexión, de cada personaje. Se pierde el protagonismo de Quimet, pues sin darnos cuenta el narrador se vuelca de pronto en la mente de Mari, la chica de quien éste se enamora, o pasamos después a la conversación de viejos pescadores en una taberna, con sus envidias y chascarrillos, sin que tengamos claro en ese punto quién es el verdadero protagonista de la novela, y si nos encontramos en una historia de amor (o desamor), o en medio de discusiones sobre la pesca del atún en la Costa Brava. O en consejos para cocinar sardinas. O en la biografía de un sacerdote rector de un seminario de Gerona y los vericuetos de su personalidad, cuando este personaje solo dirá un par de líneas en la novela. Algo que me llama la atención es la particular obsesión que tiene el autor con los siguientes conceptos que se repiten en cada capítulo sin venir a cuento: el pescado, la saliva, el odio. No hay más preguntas, señoría.

Por último, la trama de Ajo y salobre es descarnada y fría. Todos los personajes encarnan la miseria, se mueven por el odio, la maldad y el deseo de despertar envidias ajenas. Me limitaré únicamente al protagonista, Quimet, un joven seminarista sin vocación, de diecinueve años, enamorado de Mari, costurera sin futuro y vecina de su pueblo. Bien, pues odia a su madre simplemente porque ella le da muestras de afecto, odia a su padre precisamente por lo contrario, odia a la muchacha de quien se enamora por vaya usted a saber qué, y claro, se odia también a sí mismo por andar metido en un seminario que también odia. En conclusión, esta novela me ha dejado un amargo recuerdo que confío en olvidar pronto.

Es mi opinión. Tú tendrás la tuya, si lo lees.

2 comentarios:

  1. Anónimo6/5/22 08:37

    Wow! La verdad es que se agradece una crítica que aunque sea dura si que reconozca que a veces no nos gusta un libro y no significa que seamos malos lectores al contrario puede ser que el libros ea malo y ya esta no pasa nada!!. !!Gracias!!

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